La Patria es Primero
¿Primero que qué o que quién?
Por: Geraldina González de la Vega
publicado en Gurú Político el 20 de febrero de 2010
“...la patria es primero y por eso todos los
actores políticos y sociales estamos llamados a anteponer el interés superior
de la nación por encima del interés particular, por legítimo que sea".
-- Presidente
Felipe Calderón en su discurso en San Andrés Cholula el 16 de febrero de 2010
Isaiah Berlin en su libro “La traicion de la
libertad. seis enemigos de la libertad” describe cómo el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau sobre la
libertad y la autoridad, y su idea de la voluntad general, han pavimentado el
camino de los grandes tiranos de la historia. El Filósofo concluye el capítulo
dedicado al ginebrino diciendo
que la tesis roussoniana sobre la voluntad general equivale a poder decirle a
un hombre: “tú podrás creer que eres libre, tú podrás creer que eres feliz, tú
podrás querer esto o aquello, pero yo sé mejor que tú qué es lo que tú quieres,
aquello que te liberará” y es ésta, dice Berlin, “precisamente la siniestra paradoja
de acuerdo con la cual un hombre que pierde su libertad política y que pierde
su libertad económica, es liberado en un nivel mucho más alto, más profundo,
más racional, más natural, el cual sólamente conoce el dictador o el Estado, o
la asamblea o sólo la autoridad suprema, de forma que la más amplia libertad
coincide con la autoridad más rigurosa y esclavizante...Rousseau [..] fué uno
de los más siniestros y más formidables enemigos de la libertad de toda la
historia del pensamiento moderno.”
Y es que en este capítulo, Berlin nos muestra
cómo Rousseau en el afán de buscar una solución a la paradoja de la libertad
ilimitada y la necesidad de reglas descarta el compromiso y se adhiere a la
idea de que son lo mismo: “libertad y autoridad no pueden entrar en conflicto
porque son una... entre más libre eres, más autoridad se tiene, y más
obedeces...” La forma de unir ambos conceptos para Rousseau es fácil, se basa
en la idea de que todos los hombres racionales quieren lo mismo pues “Lo que
quiero necesariamente es lo que es bueno para mí, que es únicamente aquello que
satisface mi naturaleza...” y como para Rousseau la naturaleza es armonía,
entonces se sigue que “lo que yo realmente quiero, es decir, sólo aquello que
satisface mi naturaleza, tiene que coincidir con lo que los demás –seres
racionales- quieren y en consecuencia dos posibles respuestas a una pregunta
genuina son incompatibles y ello es lógicamente imposible pues destruiría la
armonía natural. Como la naturaleza es –debe ser- armoniosa (de otra forma se
cae en la tragedia) y lo que satisface a un hombre racional necesariamente debe
satisfacerlos a todos”, entonces Rousseau dice que “no es necesario buscar
fines que entran en conflicto con otros fines, pues hay hombres que buscan
estos fines porque son corruptos, porque no son racionales, porque no son
naturales” y sigue “ser un hombre natural implica ser bueno, si todos los
hombres fueren naturales, todos serían buenos, lo que buscasen sería algo que
les satisfaga a ellos y a todos los hombres, unidos en un todo armonioso. Pues
la unanimidad de los seres racionales que quieren fines racionales es un único
fin. En el momento en que varios individuos en la asamblea se comprendan a sí
mismos como un único cuerpo que tiene una voluntad única, la voluntad constante
de todos los miembros del Estado se constituirá en la voluntad general.”
En el Contrato Social de Rousseau lo que se
busca es que el individuo se rinda con todos sus derechos a la totalidad de la
comunidad. “Si te rindes a la totalidad de la comunidad, como es que no vas a
ser libre, ¿quién te obliga? Si no es X ni es Y sino el Estado el que te
obliga. Pero ¿qué es el Estado? El Estado eres tú y los otros como tú, todos
buscando el bien común.” En consecuencia nos explica Berlin, “Rousseau desarrolla
su concepto de voluntad general que comienza con la noción inofensiva del
contrato como un acuerdo voluntario, para después subir gradualmente a la idea
de la voluntad general como la personificación de la voluntad de una gran
entidad super-presonal”, y nos advierte Berlin, “no en el sentido del Leviatán
de Hobbes, sino en algo como un equipo o un algo-más-grande-que-yo en lo que
hundo mi personalidad sólo para encontrarla de nuevo.” Más adelante explica el
filósofo letón “hay un momento místico en el que Rousseau misteriosamente pasa
de la noción de un grupo de individuos con relaciones entre ellos voluntarias y
libres, cada uno persiguiendo su propio bien, a la noción de la sumisión en
algo que soy yo mismo, pero al mismo tiempo, es mayor que yo –la totalidad, la
comunidad.” Y es que el problema que encuentra Berlin en esta construcción, y
por la que cuenta a Rousseau como un enemigo de la libertad, es que la idea de
la voluntad general, basada en la premisa de la armonía natural y la racionalidad
de los hombres naturales lleva a la imposición del bien. Es decir, cuando uno
se pregunta ¿qué es lo que yo deseo?, la respuesta racional siguiendo a
Rousseau debe ser, aquello que satisface mi naturaleza y como debe haber
armonía, la satisfacción de un hombre no puede chocar con la satisfacción
verdadera de ningún otro hombre. Ahora, si yo sé que estoy bien, y sé que lo
que busco es el bien verdadero, entonces quienes se oponen a mí están en un
error. “Sin duda que ellos también piensan que buscan el bien, pero buscan en
el lugar equivocado. Por ello, yo tengo el derecho de prevenirlos... Y este
derecho lo obtengo en virtud de que si ellos supieran dónde buscar el bien,
ellos buscarían lo que yo busco.” Y como se puede inferir, en virtud de que no
todos los hombres saben dónde buscar el bien verdadero, pues no todos son
racionales, ni naturales, entonces habrá que tratarles como incompetentes
básicos y cabrían aquí conductas paternalistas justificables, es decir, que los
hombres que sí han encontrado la verdad moral pueden hablar por ellos, en su
nombre. Y es esta para Berlin la doctrina central de Rousseau, “la doctrina que
lleva a la servidumbre y por esta ruta del endiosamiento de la noción de la
libertad absoluta, gradualmente se alcanza la noción de despotismo absoluto.”
Un gobierno que pone “el interés superior de
la nación” por encima de los intereses particulares se ubica como el hombre
moralmente superior de Rousseau que sabe mejor que otros lo que es bueno o
verdadero. La retórica de Calderón no habla sobre compromiso, consenso,
búsqueda de soluciones adecuadas, sentido común y respeto mutuo, respeto por
los deseos de los demás, diálogo, tolerancia; no, habla de la voluntad general,
de la voluntad común de todos, del interés superior de la nación, de la patria
que requiere que los confundidos, corruptos, irracionales de nosotros dejemos
de buscar satisfacciones equivocadas, no verdaderas. “La patria es primero” nos
recuerda el Presidente en San Andrés Cholula, por eso hay que dejar a un lado
nuestra libertad de expresión y pensamiento, nuestra ideología, nuestra
filosofía de vida o nuestra religión, nuestras convicciones, porque según el
Presidente todo eso hace daño a “la patria”,
a los intereses superiores de la nación, de esa unidad en la diversidad, de ese
equipo que formamos los mexicanos y que nos representa a todos, que es
nosotros, pero que es superior a nosotros, que representa el bien común que
todos debemos perseguir, si somos racionales. El Presidente confunde las partes
con el todo. Aquí entran a los que tachó de profesionales de la crítica, los
miembros de familias disfuncionales, los que “no conocen a Dios”, las mujeres
que abortan, los que no aplauden sus medidas, los que no creen en sus medios, y
recientemente, los homosexuales; todos ellos que anteponen sus intereses
particulares al gran totem nacional, porque, por incompetentes, no saben buscar
lo que satisface a los hombres racionales. En la mira del Ejecutivo estamos
equivocados, no sabemos lo que queremos, buscamos el bien verdadero en lugares
equivocados, por eso debemos dejar nuestros intereses particulares, aunque sean
legítimos, para subordinarnos a la patria, a la volonté générale.
Según el Presidente ese ente superior que llama “la
nación” tiene intereses que son más importantes que los míos, pues como
individuo no cuento. No tengo derecho a pensar diferente ni a decir nada
diferente, por supuesto tampoco a querer nada diferente. Cuento en la medida en
que formo parte de la patria. La individualidad, el ejercicio de la libertad,
la autonomía, son palabras que para Felipe Calderón deberían desterrarse del
discurso mexicano porque no se pueden –no se deben- anteponer a intereses
superiores, más importantes, verdaderos; es decir, los de la nación, los del
todo.
Aludiendo a Vicente Guerrero, el discurso del
Presidente hace uso de una frase que en su momento y en su contexto demostraba
el convencimiento de un hombre que luchó por la libertad, aún en contra de su
propio padre. Calderón la usa para limitar esa libertad por la que Guerrero
peleó y murió, ¡que paradójico!
Isaiah Berlin explica que según Rousseau, “el
hombre que no ha podido reconocer la verdad, estará agradecido con el que sí la
ha logrado descubir y se la pueda mostrar para descubrir su verdadero ser” y
agrega “este es el corazón de su famosa doctrina y no hay dictador en occidente
que en los años posteriores a Rousseau no haya usado esta monstruosa paradoja
para justificar su comportamiento. Los Jacobinos, Robespierre, Hitler,
Mussolini, los comunistas, todos ellos usan este mismo argumento que asegura
que hay hombres que no saben lo que realmente quieren y por ello, al quererlo
por ellos y en su nombre, les damos lo que en algún sentido oculto y sin que
ellos lo sepan, ellos realmente
quieren.”
¿Qué habrá querido decir, exactamente, el
Presidente Calderón con esa frase?